Siempre fué el primero en animarme, en apoyar mis iniciativas artísticas, profesionales por más disparatadas que pudieran parecer. Cualquier tipo de idea que tuviera era fomentada por él: “ Sueña teresita, sueña, ten proyectos fantásticos, sueña y te quedarás corta.”
De hecho, él y mi tío carlos fueron los primeros que apostaron por mí en este mundo, cuando nací con la cara hinchada y bastante deformada: “Será una muchachita muy Linda”.
Se me sobrecoge el corazón cuando recuerdo cómo una tarde cualquiera de risas me sentó en sus rodillas y con cierto aire tristón me preguntó si yo le querría siempre. “Sí papito” “y cuando seas grande no pensarás que este papote no vale nada ¿verdad?, este papote viejito.” “no papito” “mi muchachita linda”.
“Mi muchachita linda”. Así me llamaba y de hecho aún hoy me llama mi papá, con ese suave acento hispano ya bastante perdido por sus mas de 40 años en España.
Recuerdo los largos paseos por Concha Espina, de camino al colegio y los nervios al pasar delante del colegio S. Agustín, nuestros eternos vecinos- amigos- enemigos; “¡Tonto, cara melón! ¡Como se entere tu padre…!”.
Siempre llegaba tarde a clase. Y el caso es que yo nunca tenía la culpa. Todo era causa de una aeronave espacial que me perseguía, o de un señor con una bolsa sospechosa en forma de pistola.
Mi record fué de una hora porque ante un chaparrón inesperado, tuve una inspiración: bailar como en “cantando bajo la lluvia”. El resultado está claro: llegué tan empapada que sufrí la vergüenza de tener que llevar un “baby” prestado, 3 tallas mayor y ¡sin nada debajo!. Fué bochornoso ver mi ropa tendida como si fuera un patio de vecinos, en medio del colegio.
El único que se tomaba en serio mis aventuras era mi papá, que sobre todo, cuando le conté lo del señor de la pistola, decidió acompañarme al colegio durante el mes siguiente.
Un día al llegar del colegio de una forma algo indiferente me dijeron que fuera a hablar con papá al salón.
Intuí que algo triste pasaba y cuando llegué mi corazón estaba en un puño.
Sentado en el extremo del sofá, serenamente, veía llorar por primera vez a mi papá. “La tia Lupe se ha ido al cielo” . No lo pude soportar. Papá me sentó sobre sus rodillas y lloramos el resto de la tarde abrazados la muerte de mi viejita, la tía Lupe.
Siempre he tenido la suerte de caer bien desde el principio y a pesar de las trastadas que pudiera organizar, nunca recibía más de una indicación, que ni siquiera solía llegar a regaño. Mi naturalidad e imaginación les abrumaba y les era simpático. En alguna ocasión en el colegio me mandaron a la directora, que tras contarle lo ocurrido, me llenanaba los bolsillos de huesitos. Tal cual.
Esta debilidad la tuvo siempre mi papá conmigo. Ya podía desmantelar toda la casa para coger las sábanas para mi “desfile de moda”, ya podría organizar un parque de atracciones con todos los muebles y cobrar a mis hermanos por la entrada, o dejarme llevar por mi vena artística decorando las paredes con pinturas mural propias, o llenarme de espuma la cara para afeitarme como él,… hiciera lo que hiciera era más cómplice que juez.
Como mucho me daba una “garrapiñada” en el trasero que daba un escozor que no veas.
Durante los veranos en Salou, y siendo un auténtico piojo, me gustaba levantarme al alba y darme paseos por la playa y por la ciudad aún dormida. Me acercaba a mi papá todavía a eso de las cinco de la madrugada y le decía:
“papi, papi, vamos a dar un paseo” tras hacerse algo (no mucho, la verdad) de desear, se levantaba e imperterrito me cogía de la mano y nos dábamos los paseos más maravilloso del mundo. Era nuestro momento.
Recuerdo sus paseos lentos, continuos, rítmicos, por el pasillo. Podía pasarse horas. Sus manos en la espalda, la mayoría de las veces sosteniendo un rosario.
Recuerdo también como todas las noches, estando ya todos los niños acostados, venía a la habitación y a oscuras, con la luz del pasillo encendida abría la biblia para niños y leía algún pasaje. Despues rezábamos el Padre Nuestro rítmicamente por cada una de las intenciones que mi padre susurraba dulcemente en la penumbra. Por último la bendición y la señal de la cruz en la frente. “pApAAAAAAA LA bendiciOOOnnnnn!!!” gritaba cada uno desde su cuarto si un día se olvidaba. Yo siempre le correspondía, y mis deditos gordos formaban el signo de la cruz en su frente. “Hasta mañana si Dios..””Quieeeere” “a descan..””sar”.
Además se inventaba historias inverosímiles, acerca de nuestros antepasados, que luego resultaron ciertas, nos cantaba canciones, contaba cuentos que nos había escrito, como el de el arbolito japonés o la interminable canción de “ seee cayó por el barranco, seeeee cayó por el barrancooo, seeee cayó por el barrancooo tooooda vestida de blancoooo, fin de la primera parteee, finnn de la primera parteee, ahooooora viene la seguuunda, queeeees la más interesannnnteeeee....” y así hasta que le rogábamos desesperados que dejara de cantar la canción. Otro truco para volvernos locos era su famoso juego de palabras repitiendo la última parte de la última palabra de cada frase que uno decía. Por ejemplo, si uno decía:” Papi, ya vale” él contestaba: “ale, ale, tibiricont-ale para tont-ale bot-ale” “papi, para ya jooo””joo, joo, tibircont-joo, para cont-joo, bo-joo” “ahhhhh, me vuelvo locaaaaa!””oca, oca, tibiricont-oca, para cont-oca, bot-oca”
Era todo lo que el niño puede desear como padre: Un niño grande.
“Papí, ¡ponme el disco de Gaby, fofo, fofito y miliki!”
“sí mi reina”.
Mi canción preferida hablaba de un ratoncito que bailaba tango y rock-and roll (“Susanita tiene un ratón”).
Un día vino hasta mi cuarto y con aire grave me preguntó si me gustaría tener un ratoncito como el de la canción.
Aluciné cuando al día siguiente me regaló un pastillero en cuya tapa había dibujado un ratoncito entre la maleza.
De vez en cuando nos llevaba a su despacho y jugábamos al escondite entre las pilas de libros y los grandes rollos de papel que siempre había.
El único trauma infantil que tuve, por decir alguno, es que un año le pedí a los reyes una barbie tan chula como esas que tenían mis compis en el colegio. Llegó el día de Reyes por la mañana y muy decepcionada tuve que disimular mi estado de ánimo al comprobar que me habían dado el cambiazo: la Leslie en vez de la Barbie. Las chicas de mi generación sabemos que de más guay a menos estaban primero la Barbie, luego la Nancy, después la Leslie (esta la verdad no estaba muy cotizada) y por último, y sólo las pardillas, tenían las Barriguitas. Por supuesto yo sabía a que grupo pertenecía, al de la Leslie y las Barriguitas. Hoy por hoy no entrará en mi casa una Barbie ni que se la regalen a Carlota.
Gracias papi.
Cuando se acercaba la Semana Santa, papi nos hacía elegir un dibujo, nuestro dibujo preferido. Yo solía elegir a Bambi o a la Hello Kitti. Durante esas semanas previas, se inciaba el proceso de la creación de los huevos de pascua. Vaciar el contenido del huevo con una jeringa (media docena de huevos rotos hasta cogerle el tranquillo), aplicar la base de color, pintar, colorear, listo. Incluso nos creaba pequeños pedestales para poder colocar el huevito en la estantería de nuestra habitación.
Un día, ensimismada en el escaparate de una juguetería de lo mejor-mejor- que como esa no había- me cogí una rabieta porque ví la respuesta a una necesidad imperiosa: La casa-seta que mi colección de pitufos tanto necesitaba. Ultimo modelo, tejado desmontable, puerta y ventanas que se abrían y cerraban, “papi, como no puedes verlo? Como esta no hay otra!”
Al día siguiente, papi me llevo a comprar arcilla. “Es que esto es muy sucio, papi, nos van a regañar”. “Tu no te preocupes, Teresita, ya verás que casita le hacemos a tus pitufos”.
Debo de reconocer mi escepticismo ante esta nueva aventura. Otra vez papi y sus cosas. En fin, dejémosle, somos raritos y ya esta.
La seta de pitufos resultó ser maravillosa. No solo con su tejado rojo con grandes puntos blancos que se abría y dejaba ver el interior de la seta, sino con ventanas, puertas, muebles,... fardé un montón y hubieramos hecho negocio incluso con las niñas de mi clase si no llega a ser por mi afán de transladar las cosas de un lado para otro. La seta se rompió en mil pedazos que como siempre, papi pacientemente recompuso. Pero nada volvió a ser lo mismo y decidimos que lo de los pitufos ya era parte del pasado y que debíamos avanzar a niveles superiores: La Hello Kitti. Pero esa es otra historia.
A los diez años, me encantaba invitar a dormir a mi amiga Olaya. Un día descubrimos que el vecino tenía una caja preciosa en su baño, una caja-pantalón-vaquero. Pasamos todo el día haciendo guardia. La caja estaba en la repisa junto a la ventana y esta no siempre estaba abierta. En otras palabras, la caja se podía ver con claridad sólo cuando subidas en el retrete, nos asomábamos a la ventana de nuestro baño y el otro idem, estaba ocupado, es decir con luz, y con la ventana abierta. Entonces, muy silenciosas, observábamos ajenas a todo movimiento humano que tuviera lugar -como en trance- la famosa caja que nos parecía lo más de lo más. Esa tarde papi nos pilló, nos regaño mucho y nos llamó espías de la intimidad (yo creí entonces que ese era el nombre de la vecina). Le tratamos de explicar que no queríamos espiar a esa tal Intimidad, sino ver la caja pantalón vaquero, y que yo que sé, pero no resultó. A veces la verdad es más difícil de entender que la ficción. Veinte años después he caído en que la famosa caja-pantalón vaquero era un Wipp-Express (“lavado a mano o en lavadora”)...
En uno de nuestros paseos por Madrid, camino del Retiro o de algún Museo, siempre se paraba – y para- a hablar con mendigos, gitanos, taxistas, no importa. Siempre tenía –y tiene- tiempo para dar lismosna o intercambiar una sonrisa amable con los necesitados. Recuerdo su éxito entre las gitanas,-zalamero, zalamero! Le gritaba en una ocasión una gitanilla gordita.
Papi es y ha sido una constante en mi vida – en nuestras vidas-. Tras la pequeña y borrascosa adolescencia, le redescubrí gracias a su constante, persistente, silenciosa, paciente y amorosa presencia. Desde mis años en Madrid, en Roma, y ahora en Estados Unidos, su llamada casi diaria es un punto de referencia. Las conversaciones profundas y llenas de significado, han orientado mi vida. Su profunda espiritualildad, fortaleza y fé son inspiración en mi vida diaria. Sólo de pensar en mi papi, me conmuevo y me pongo a llorar. Su fragilidad aparente y su temperamento guerrero son cualidades con las que me identifico. Su amor por las artes, una pasión que cambió mi vida, su amor por la gente y su docilidad, una meta a la que aspirar.
Papi, no te lo vas a creer pero creo que cada día me parezco más a ti, y eso me gusta.
Papi, ha sido y es un honor tenerte como padre. Dios nos ha bendecido y nos debe de amar mucho para habernos elegido como tus hijos. Solo espero que por lo menos nos conceda una gracias más, que al menos vivas tantos años como los padres de la iglesia vivieron, por lo menos por lo menos cien años. Feliz Cumpleaños Papi, te quiero muchísimo.
Tu Muchachita Linda,