La caridad es compartir sin juicio y sin confusión. Compartir comprensión de fondo, en silencio, con la profunda consciencia de que hemos estado allá antes, identificándonos con el origen de eso que nos molesta en la otra persona para darnos cuenta de que el prójimo, no hace sino reflejar nuestros propios defectos.
La caridad es compartir las alegrías y tristezas ajenas como si fueran propias, con la consciencia de que no hay envidias que valgan, porque si de algo hay 100% para todos en este mundo es amor y en cuanto a la abundacia material, se encuentra delante de nosotros esperando a que la aceptemos para hacer buen uso de ella pero sin aferrarnos.
La expresión material de la caridad la recibimos en la confesión, donde nos encontramos de rodillas contando arrepentidos las mayores atrocidades con la garantía segura de recibir discrección, perdón y compasión por otra persona como nosotros, elevada a estatus de santidad en ese momento por asumir el papel de Jesús en la tierra, padre y redentor incondicional de los corazones humildes y dóciles.
La caridad acaba siendo tangible, acaba transformando el cuerpo de uno y entonces el latir del corazón, la sangre, los ojos, todo nuestro ser respira caridad, y las personas se acercan a nuestro lado para abrir sus corazones porque perciben intuitivamente esta cualidad en nosotros, y de forma misteriosa esta transformación personal acaba siendo contagiosa y acaba generando una ola imparable de alegría sin razón, de paz y amor porque sí. Por Dios.
La caridad es el don que nos hace responsables y partícipes del reflejo del amor de Dios en la tierra. Si el rey de reyes es capaz de dignarse a sentir caridad por unos miserables como nosotros, como no vamos a sentirla entre nosotros mismos, todos pertenecientes al grupo de los miserables? y en cambio al amarnos y tratarnos con caridad unos a otros, nos elevamos a una condición de gracia tal, que accedemos a un nivel que trasciende la especie humana hasta hoy catalogada por los científicos como Homo Sapiens, dando lugar a una nueva especie, que gracias a la Eucaristía comparte lazos de sangre con Jesucristo. Se trata del Homo Spiritualis.